La resistencia conlleva persistencia
Los altibajos son parte de la vida misma. Sin embargo, algunas veces pasamos por momentos más difíciles que otros. ¿Alguna vez has experimentado tanta incomodidad que sentías que no lo podías soportar? Puede ser en el plano físico, como dolor en alguna parte del cuerpo, o en el plano emocional, emociones incómodas —disfóricas— como ansiedad, tristeza, culpa, enojo, etc.
Aunque la naturaleza nos ha dotado con reacciones involuntarias, los reflejos, que hacen que nuestro cuerpo se mueva rápida e involuntariamente para alejarse del dolor, como cuando tocamos algo que nos quema y sacamos rápidamente la mano, no es tan simple procurar evitar el dolor físico o emocional cuando éste es prolongado. Como ocurre con el malestar físico, el malestar emocional nos resulta igualmente desagradable y, como es natural, queremos que desaparezca por completo y cuanto antes. Es ahí cuando nuestra mente, para intentar aliviar el malestar físico y emocional, se ve tentada a caer en trampas igualmente nocivas, como pensar demasiado en aquello que nos molesta — rumiación—; o procurar eliminar completamente lo desagradable, a la vez que le prestamos atención, lo cual intensifica más aún el malestar —evitación—; o reaccionar desde la emoción del momento en lugar de responder con atención lúcida al contexto —conducta impulsiva—, etc. (ver artículo acerca de las trampas mentales).
La no aceptación de la realidad tal y como se despliega, muchas veces, conduce a reforzar las condiciones que originaron y mantienen el problema y, por lo tanto, cuanto más nos resistimos a la realidad, más persiste nuestro malestar. Por ejemplo, cuando nos resistimos a sentirnos ansiosos, nos ponemos ansiosos de sentirnos ansiosos, o nos enoja que nos enojamos, o nos entristecemos por estar —una vez más— tristes. Estos bucles nocivos de emociones disfóricas tienen como trasfondo una actitud intolerante y exigente respecto a lo que sentimos. No queremos sentirnos como nos sentimos, y por ello mismo nos sentimos cada vez peor.
Entonces, ¿qué podemos hacer cuando el malestar —físico o emocional— nos invade y no podemos simplemente hacer que desaparezca? En estos momentos difíciles la práctica de la meditación o mindfulness puede ser nuestro mejor aliado. Y, dicho sea de paso, no necesitamos ser monjes budistas ni yoguis para beneficiarnos de esta práctica.
¿Qué es la meditación?
Una manera clara y concreta de describir en qué consiste la meditación de la atención plena —o mindfulness— y cuál es su principal finalidad, es la siguiente:
La meditación no tiene que ver con convertirse en alguien diferente, una nueva persona, ni siquiera una mejor persona. La meditación tiene que ver con entrenar tu atención y entender de qué modo piensas y sientes y por qué piensas y sientes como lo haces y, en el proceso, conseguir un saludable sentido de perspectiva. Cuando consigues tomar perspectiva, cualquier cambio que quieras hacer en tu vida, se vuelve más accesible. Más aún, la práctica de la meditación te muestra cómo conseguir hacer las paces con quién estás siendo en este momento y con lo que estás sintiendo ahora mismo. Pero no creas que esto es así porque lo dicen los científicos. Haz la prueba tu mismo. (Puddicombe, 2016)
Atender para entender
La meditación no es un escape respecto de aquello que nos incomoda o molesta —lo cual implicaría caer en la trampa de la evitación experiencial, raíz de innumerables problemas emocionales (Hayes, 2019)—, sino todo lo contrario, la práctica de la meditación nos entrena en una relación diferente con aquello que nos desagrada. Ya no buscamos escapar de la experiencia, ni modificarla, sino que hacemos espacio en nuestro interior para observar, serenamente, lo que está ocurriendo, sin juzgar.
Cualquiera sea la característica de la experiencia en un momento particular, lo que más importa es tu atención a ella. ¿Puedes hacer espacio a la atención de lo que se está desplegando en este momento, sea que te guste o no lo que está ocurriendo? ¿Puedes descansar en esta atención, ya sea por una respiración completa, o incluso sólo por una inhalación, antes de reaccionar o tratar de escapar o intentar modificar las cosas? Habitar en la atención es la esencia de la práctica del mindfulness, sea como sea lo que estás experimentando, ya sea lo que surge durante la meditación formal o en el transcurso de la vida cotidiana. (Kabat-Zinn, 2006)
Al prestar atención a lo que está ocurriendo aquí y ahora, no importa si la experiencia se nos presenta como agradable o desagradable, dejamos de escapar y reaccionar, y nos disponemos a conectar con la experiencia desde una perspectiva diferente más saludable, la perspectiva de nuestro observador interior, sereno y usualmente más sabio que nuestro ego, reactivo y rápido para juzgar.
Cuando observamos en lugar de juzgar, cuando nos abrimos a la experiencia tal y como se nos presenta, sin escapar ni intentar modificarla, comenzamos a cultivar una mente capaz de entender lo que está ocurriendo y el contexto en el que la realidad se está desplegando. La realidad tiene un sentido usualmente mucho más profundo que nuestros juicios acerca de ella, y ese sentido es sólo perceptible en el estado una la mente serena que observa y se abre al despliegue de la experiencia. El por qué, el desde dónde y el para qué de lo que ocurre —independientemente de si nos agrada o no— son más accesibles desde la perspectiva del observador interno.
La práctica del minfulness, la meditación de la atención plena, nos invita a cultivar el hábito de relacionarnos con nuestros contenidos mentales —pensamientos y emociones— y con la realidad externa de una manera diferente. ¿Qué pasa si en lugar de resistirnos a sentir lo que sentimos, a pensar lo que pensamos, a observar lo que sucede... simplemente observamos sin juzgar, con curiosidad y apertura? Paradójicamente, al resistirnos menos a la experiencia interna o externa, el malestar asociado a dicha resistencia tiende a disminuir. ¿Por qué? Porque la naturaleza de la realidad es cambiar. Todo pasa, incluso el malestar emocional, a menos que nos aferremos mentalmente a ello. La clave está en entrenarnos en observar, respirar, dejar pasar.
Ejercicio: Observación de algo desagradable
Te invito a hacer el siguiente ejercicio de mindfulness para cultivar el observador interno, y flexibilizar la tendencia del ego a evitar y resistirnos compulsivamente a lo que nos desagrada.
Con los ojos abiertos, lleva en este momento tu atención a la respiración. Inhala hondo; sostiene un par de segundos; exhala lento. (Repite lo anterior tres o cuatro veces).
Si lo prefieres, ahora puedes cerrar los ojos. Vuelve a respirar a tu ritmo normal.
Observa aquella emoción, pensamiento, recuerdo o sensación corporal que te desagrada o molesta. No te resistas. No intentes cambiar nada. Simplemente observa. Respira y observa. Permanece un momento observando eso que te incomoda, a la vez que observas tu respiración.
Si se cruzan pensamientos, no hay problema; vuelve tu atención amablemente a la respiración y a aquello que te incomoda.
Finalmente, recuerda que la meditación es ante todo una habilidad que se desarrolla con la práctica. Procura no juzgar tu desempeño durante el ejercicio o después de él. Simplemente persevera en la práctica y, en el proceso, podrás ir disfrutando de sus beneficios: mayor relajación, una sensación interna de expansión y libertad respecto de lo que sentimos, pensamos, observamos. Al resistirnos menos a la experiencia, tal como se nos presenta, podremos hacer más espacio para tomar decisiones más saludables, sabias, menos reactivas.
(Más ejercicios de mindfulness en el curso intensivo).
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Referencias
Hayes, Steven (2019). A Liberated Mind. How to Pivot Toward What Matters
Kabat-Zinn, Jon (2006). Mindfulness for Begginers
Puddicombe, Andy (2016). Meditation & Mindfulness. 10 Minutes Can Make All the Difference
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