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La caída de Ícaro: Autoestima, narcisismo y compasión



Volar para escapar


Según el antiguo mito griego, Dédalo era un artesano, herrero y constructor admirable, que había aprendido su oficio de la misma diosa Atenea. Su hijo, el joven Ícaro, lo ayudaba en el trabajo. Ambos fueron contratados por el rey Minos de Creta. A pedido del rey, Dédalo construyó el laberinto donde Minos ocultaría al Minotauro (mitad hombre, mitad toro, hijo de Pasífae, esposa del rey Minos, con el gran Toro blanco de Creta).


Cuando el rey se enteró que Dédalo había sido cómplice de la traición de su esposa, ayudándola a consumar su pasional unión con el Toro, enfurecido, Minos mandó encerrar a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto del Minotauro, el mismo que el artesano había construido. Pasífae los ayudó a salir del laberinto, pero aún debían escapar de la isla…


No era fácil huir de Creta, pues Minos tenía todos sus barcos bajo guardia militar y ofreció una fuerte recompensa por su aprehensión. Pero Dédalo hizo un par de alas para él y otro para Ícaro; estaban hechas con plumas de ave atadas con hilos y otras menores pegadas con cera. Después de haber preparado el par de alas de Ícaro, le dijo con lágrimas en los ojos: «¡Hijo mío, ten cuidado! No vueles a demasiada altura para que el sol no funda la cera, ni demasiado bajo para que el mar no humedezca las plumas». Luego deslizó sus brazos en su par de alas y ambos emprendieron el vuelo. «Sígueme de cerca —gritó— y no tomes un rumbo propio».
Cuando se alejaban de la isla volando en dirección del nordeste, agitando sus alas, los pescadores, pastores y agricultores que miraban hacia arriba los tomaron por dioses. Habían dejado a Naxos, Délos y Paros tras ellos a la izquierda y estaban dejando Lebintos y Calimne detrás a la derecha, cuando Ícaro desobedeció las órdenes de su padre y comenzó a remontarse hacia el sol, regocijado con la altura a que lo llevaban sus grandes alas. Poco después Dédalo miró hacia atrás y ya no pudo ver a Ícaro, pero vio abajo las plumas de sus alas que flotaban en el agua. El calor del sol había derretido la cera e Ícaro había caído al mar y se había ahogado. Dédalo describió círculos alrededor del lugar hasta que el cadáver salió a la superficie, y luego lo llevó a la cercana isla llamada ahora Icaria, donde lo enterró. (Graves, 1955).

La historia de Ícaro refleja lo peligroso que puede ser para cualquier ser humano embriagarse con la dicha de una ilusión, sin considerar que todo exceso es nocivo. También podríamos ver aquí una invitación a mantener un punto medio entre los extremos, como la manía y la depresión.

Notemos que su padre no le impide volar —no coarta sus sueños—, todo lo contrario, le enseñó a fabricar sus alas. Sin embargo, le advierte sobre los peligros de excederse en el vuelo; información que Ícaro desestimó trágicamente.


Volar demasiado bajo, en demasiada cercanía a las agitadas olas del mar, haría que las plumas se mojaran. Esta imagen podría representar, a nivel emocional, un excesivo aplanamiento del estado de ánimo y la motivación, junto a emociones inestables y turbulentas.


Por otra parte, volar demasiado alto, en demasiada cercanía al sol, haría que la cera que une las plumas se derritiera. Imagen de la vanagloria y el orgullo, la inflación del ego, la ilusión del éxito permanente y la falta de cuidado —falta de límites saludables— en relación al cuerpo y la gestión de los recursos.


De cualquier modo, los extremos son nocivos. La caída de Ícaro desde lo alto, en este caso, nos invita a seguir reflexionando acerca de la inflación del ego, que, por cierto, no es lo mismo que una sana autoestima.



Al fin de cuentas, ¿qué es la autoestima?


La autoestima es la evaluación general que una persona hace de sí misma, la estimación de su propia valía (Myers & Twenge, 2019). Según cómo sea esta ponderación o juicio valorativo respecto de sí mismo y de las propias capacidades, surgirá en cada individuo un sentimiento de satisfacción o insatisfacción personal.


La estimación de la propia valía depende de factores internos y externos; internos, como las creencias acerca de nuestro mérito y el reconocimiento de habilidades, talentos y otras cualidades; y externos, como las metas alcanzadas y la opinión o juicio de los demás acerca de nuestra persona, habilidades o talentos, y otras cualidades.


Cada individuo suele otorgar diferente grado de importancia a unos y otros factores. Hay quienes tienden a tomar decisiones basados más en su propias convicciones y creencias (lo que se denomina locus de control interno), y consiguientemente basan más su autoestima en lo que ellos piensen o crean acerca de sí mismos. Otros basan más sus decisiones en la opinión y aprobación externa (poseen un locus de control externo), y consiguientemente en su autoestima tiene un peso más relevante lo que opinen los demás. En cualquier caso, siempre influyen en la autoestima ambos factores, internos y externos (Cherry, 2019).

La autoestima es una valoración de nuestro mérito, una creencia de que somos personas buenas y valiosas. William James, uno de los padres fundadores de la Psicología occidental, afirmó que la autoestima es un producto de la «competencia percibida en términos de importancia». Esto significa que la autoestima deriva de pensar que somos buenos en cosas que tienen un significado personal para nosotros. Así, yo puedo ser muy bueno jugando a las damas y un desastre en ajedrez, pero eso solo influirá en mi autoestima si valoro el hecho de ser bueno en las damas o en el ajedrez. (Neff, 2016)

William James, además, desde un punto de vista pragmático, propuso que la autoestima podría ponderarse con más precisión si consideráramos las expectativas que tiene un sujeto, confrontándolas con los logros que ha alcanzado; según la siguiente fórmula:

Autoestima = Logros / Expectativas


Y así, cuanto más realistas y ajustadas a las propias posibilidades sean las expectativas de un individuo, más metas podrá alcanzar, y por lo tanto su autoestima, y el sentimiento de satisfacción personal consiguiente, serán mayores. A la inversa, si sus expectativas son excesivas y poco realistas, menos de esas metas podrá alcanzar, por lo cual, menor será su autoestima, y mayor el sentimiento de insatisfacción consigo mismo (Butter-Bowdon, 2010).


Y aunque la ponderación acerca de nuestra propia valía puede ser más o menos ajustada a la realidad, y puede coincidir más o menos con la opinión que los otros tienen de nosotros mismos, no debemos olvidar que, al final de cuentas, la autoestima es básicamente un juicio que formulamos en nuestra mente.

La autoestima alta no tiene nada que ver con ser mejor persona, sino con 'pensar' que se es mejor persona (Neff, 2026).


Autoestima, ¿una falsa panacea para los problemas del mundo?


No hace tanto tiempo, se llegó a creer que un incremento de autoestima sería la solución para múltiples problemas sociales, como la delincuencia, los embarazos adolescentes, el acoso escolar, la elevada deserción escolar, e incluso el consumo de droga en niños y adolescentes. Guiados por esta idea, en 1986, el estado de California emprendió el proyecto Task Force on Self-Esteem and Personal and Social Responsability (Programa para fomentar la autoestima y la responsabilidad individual y social) con un presupuesto anual de 250 mil dólares. Se pensaba que si el programa lograba elevar la autoestima de niños y adolescentes, todos esos problemas desaparecerían o, al menos, se reducirían drásticamente.


Aunque los informes sobre la eficacia del programa, al cabo de tres años de intenso trabajo, sugieren que fue un completo fracaso, es decir que no se consiguió ninguno de los resultados esperados. Sin embargo, la Task Force concluyó que la autoestima reducida sigue siendo uno de los factores importantes en la génesis y mantenimiento de diversos problemas sociales (Mecca et al., 1989).

El informe cuestiona, además, la suposición de que los individuos acosadores y violentos actúen como lo hacen debido a que tienen una autoestima baja. Por el contrario, las pruebas psicométricas implementadas, sugieren lo contrario. El informe indica, también, que las personas con autoestima alta tienden a ser elitistas, prefieren relacionarse con grupos selectos, tienden a menospreciar a los que consideran inferiores y reaccionan con violencia a las críticas recibidas por parte de los otros (Mecca et al., 1989).


En suma, como lo sugieren los resultados del mencionado programa californiano, la autoestima no lo es todo en relación a nuestro bienestar individual y social.



A veces, menos es más…


Un exceso de autoestima —un ego inflado, sin límites saludables— sería igual de nocivo o, incluso peor, que una autoestima deficiente; el ejemplo de Ícaro nos lo advierte. Con una baja autoestima, el individuo se siente consiguientemente triste e insatisfecho consigo mismo; mientras que con una autoestima demasiado elevada —narcisismo— el individuo está generalmente más alegre, pero no por eso es más agradable, ni sus relaciones más armónicas:

Los narcisistas tienen una autoestima extremadamente alta y se sienten felices casi siempre. Por supuesto, también tienen una concepción inflada y poco realista de su propio atractivo, competencia e inteligencia, y se sienten merecedores de un trato especial (…) ¿A quién no le gustaría un espectáculo, siendo protagonista? Sin embargo, los narcisistas son presos de una trampa social. Aunque desean que su grandeza personal despierte la admiración de los demás, y así ganar amigos y seguidores, la realidad es que con el tiempo acaban alejando a las personas. Es posible que al principio la confianza y las fanfarronadas de los narcisistas impresionen a los demás, pero al final esos mismos rasgos son una fuente de decepción. A casi nadie le gustan los narcisistas, y sus relaciones suelen fracasar. Resulta complicado sentirse entendido o satisfacer las necesidades personales cuando tu pareja es tan egocéntrica. (Neff, 2016)

Es por eso que, en un mundo como el nuestro, en el que se enseña explícita o implícitamente a priorizarse a uno mismo sin pensar en los demás, a competir con los otros antes que colaborar en causas comunes, a conseguir metas para exhibirlas como trofeos en las redes sociales y así pretender gozar de admiración social ininterrumpida y creciente, etc., en suma, en una sociedad como la nuestra, en la que se fomenta el narcisismo, la autoestima no es el mayor problema a solucionar.

Intentar ayudar a un narcisista diciéndole que se quiera más resulta tan eficaz como arrojar gasolina al fuego. La metáfora del fuego resulta muy acertada. Siempre y cuando reciban la atención y la admiración que creen merecer, los narcisistas se sienten en la cima del mundo. El problema surge cuando empiezan a perder su posición de superioridad. Cuando se enfrenta a un juicio negativo, el narcisista responde con sentimientos de ira y rebeldía (…) Cuando los narcisistas reciben críticas, su venganza puede ser rápida y furiosa, incluso violenta. La ira narcisista desempeña una importante función para su emisor: desvía la atención negativa hacia los demás, que entonces pueden ser culpados por las emociones oscuras que experimentan. (Neff, 2016)

Y aunque la opinión o juicio de los demás influye de un modo u otro tanto a narcisistas como a individuos con baja autoestima, lo cierto es que basar nuestra autoestima principalmente en elogios o recompensas puede ser muy problemático.


Se denomina autoestima fortuitaa la autoestima que depende del éxito o del fracaso, de la aprobación o la desaprobación social. En quienes poseen este tipo de autoestima, el estado de ánimo tiende a pasar de la euforia a la desolación en un momento.

Si tiendes a basar tu autoestima en gustar a los demás, te sentirás estupendamente cuando recibas un cumplido, pero te darás de bruces con el suelo cuando alguien te ignore o, peor, te critique (…) Cuanto más se sube, más dura es la caída. La autoestima fortuita posee un carácter adictivo difícil de erradicar. Dado que la subida inicial de autoestima sienta tan bien, queremos seguir recibiendo cumplidos o ganando en aquello en lo que competimos. Seguimos buscando ese subidón inicial, pero como ocurre con las drogas o el alcohol, desarrollamos tolerancia y necesitamos una dosis cada vez mayor. Los psicólogos se refieren a este proceso como «rueda de molino hedonista» (el hedonismo es la búsqueda de placer). Se compara la búsqueda de la felicidad con una persona en una rueda de molino que tiene que esforzarse cada vez más para mantenerse en el mismo sitio. (Neff, 2016)


Empatía y auto-compasión


Desde la práctica del Mindfulness, se nos invita a cultivar una actitud de aceptación de la realidad, tal y como se nos presenta, más allá de los juicios valorativos de cualquier tipo. Desde esta perspectiva, la autoestima se funda no tanto en decirnos a nosotros mismos lo maravillosos y especiales que somos, mucho menos buscar pruebas externas que lo confirmen, sino más bien aceptarnos y valorarnos tal y como somos hoy, sin comparaciones con el pasado ni escapes hacia el futuro.


Diversos estudios centrados en el cultivo del bienestar mediante la práctica del Mindfulness sugieren que la autoestima elevada parece ser la consecuencia, más que la causa, de una conducta saludable (Neff, 2016; Baumeister, 2003). Es por eso que la Task Force californiana no encontró el resultado esperado. En un contexto cultural como el occidental, marcado por el narcisismo y el individualismo, entre otros rasgos sobresalientes, elevar la autoestima no basta para crear una sociedad menos violenta. Necesitamos apuntalar el bienestar integral, mejorar la comunicación y cultivar relaciones interpersonales más conscientes, saludables y armónicas. Para lo cual —este es mi convencimiento— el primer paso es cultivar la empatía con los demás, sin discriminar género, raza, ni afiliación de ningún tipo, y otras cualidades altruistas como la amabilidad y la compasión. A partir de esa base, podremos, ahora sí, aspirar a una comunicación no violenta, con justicia social y bienestar integral humano.


Cuanto más empáticos somos, más comprendemos el contexto del otro y, por lo tanto, hay más lugar para la compasión. La compasión se funda en la comprensión —como lo repite una y otra vez el Dalai Lama—. La compasión, para ser completa, debe abarcarnos a nosotros mismos, a nuestras luces y sombras, posicionando nuestro ser más allá de nuestros logros y fracasos eventuales.

La compasión hacia uno mismo no pretende capturar y definir la valía o la esencia de quienes somos. No es un pensamiento o una etiqueta, ni una crítica o una valoración. La compasión es una manera de relacionarnos con el misterio de quienes somos. En lugar de gestionar nuestra propia imagen con el objetivo de que siempre nos resulte agradable, la autocompasión respeta el hecho de que todos los seres humanos tenemos puntos fuertes y débiles. En lugar de perdernos en pensar si somos buenos o malos, tomamos conciencia de la experiencia del momento presente y nos damos cuenta de que todo cambia constantemente, de que todo es transitorio. Los éxitos y los fracasos vienen y van, no nos definen ni determinan nuestra valía. Son solo una parte del proceso de estar vivo. Nuestra mente puede intentar convencernos de lo contrario, pero nuestro corazón sabe que la verdadera valía radica en la experiencia fundamental de ser una persona consciente que siente y percibe. (Neff, 2016)

Y así, mientras que el narcisismo exagera la ponderación de los aspectos positivos de la personalidad, a la vez que oculta los negativos de la mirada de los otros; en cambio, la autocompasión acepta y valora.

Mediante la autocompasión aceptamos los aspectos positivos y negativos de nosotros mismos, a la vez que nos vemos como seres en constante aprendizaje, por lo que evitamos caer en la trampa de la autocrítica y la exigencia excesiva.

Y como la autocompasión nos impulsa también a apreciar y valorar los propios aspectos positivos, logros, habilidades y talentos, de ese modo estamos más abiertos a valorar también todo lo bueno en los otros, sin envidia ni comparación competitiva.

¿Queremos contribuir real y efectivamente a la co-creación de un mundo más humano? A partir de estas reflexiones —espero— ya sabemos cuál es el camino.


Hasta la próxima,

Marcelo Aguirre


Referencias

  • Baumeister, Roy F. et al. (2003). ‘Does High Self-Esteem Cause Better Performance, Interpersonal Success, Happiness, or Healthier Lifestyles?’, Psychological Science in the Public Interest, 4, pp. 1-44

  • Butler-Bowdon, Tom (2010). 50 Psychology Classics

  • Cherry, Kendra (2019). ‘Locus of Control and Your Life.’ Medically Reviewed by Steven Gans, at www.werywellmind.com (updated on December 07, 2019)

  • Graves, Robert (1955). Los mitos griegos - Vol. 1

  • Mecca, Andrew M., Smelser, Neil J. & Vasconcellos, John (1989). The Social Importance of Self- Esteem

  • Myers, David & Jean Twenge (2019). Psicología Social (13º ed.)

  • Neff, Kristin (2016). Sé amable contigo mismo. El arte de la compasión

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2 Comments


Hugo S. Marasco Gysling
Hugo S. Marasco Gysling
Apr 09, 2021

Brillante artículo, gracias y felicitaciones Marcelo!

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Marcelo Aguirre
Marcelo Aguirre
Apr 09, 2021
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Gracias Hugo, un abrazo! 🙋🏻‍♂️

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