Los antiguos filósofos pitagóricos del sur de Italia (allá por el siglo VI a.C.) tenían muy en claro la importancia de la mesura como condición de la armonía. Y esto en un sentido muy concreto: ensayaban distintas intensidades de fuerza para estirar las cuerdas de una lira. Observaron que la calidad y grado de agudeza de la nota musical del instrumento resultaba no sólo de la longitud de la cuerda —a menor longitud, más agudo, menos grave el sonido de la cuerda— sino también de la fuerza con la que se estiraba la cuerda. Sometida a un trabajo extremo —demasiado estirada— la cuerda se rompía; a la vez que, sometida a un trabajo deficiente —demasiado suelta— el sonido resultante era consiguientemente soso y poco afinado.
Así como la cuerda de una lira se rompe por exceso de tirantez, y desafina por falta de ella, así también, para encontrar nuestra propia 'armonía' en el día a día, es necesario que hallemos un punto equilibrado, moderado, respecto a las exigencias internas y externas a las que estamos sometidos.
Rigidez y flojera: dos vías hacia el estrés
La palabra estrés originalmente fue empleada en el ámbito de la física para referirse de la presión o fuerza máxima que podría soportar un cuerpo sólido sin romperse (Nebot Guillamón, 2017).
En el plano psicofísico, podríamos referir el término estrés a un nivel excesivamente nocivo de exigencia —interna y externa— al que estamos sometidos. A partir de hallazgos de múltiples estudios, hoy sabemos que el incremento de estrés relacionado con elevados niveles de ansiedad y excesiva autoexigencia, produce una merma en la calidad de nuestro desempeño o rendimiento en diversos ámbitos —trabajo, estudio, deportes, e incluso en las relaciones interpersonales— y también, desregulación emocional y disminución del disfrute (Torres & Baillés, 2014).
La procrastinación —la cuerda demasiado floja— (popularmente llamada 'flojera'), dejar lo importante para un indeterminado 'después' o simplemente para último momento, es una trampa, puesto que, al fin de cuentas, nos deja un saldo de insatisfacción y, en ocasiones, culpa porque sabemos que procrastinar nos lleva a vivir al límite, a 'correr para cumplir' y la calidad del resultado usualmente es considerablemente menor que la que pudiéramos conseguir mediante un uso más eficiente del tiempo y los recursos (incluso, podríamos tener tiempo para revistar antes de finalizar una tarea).
Un exceso de responsabilidad —la cuerda demasiado tensa— (una de las caras de la 'rigidez psicológica'), vinculado a un obrar con escasas flexibilidad y consideración de las las circunstancias de cada caso; sin auto-control, es decir, sin ponernos límites claros en el manejo del tiempo, la energía mental y recursos internos y externos implementados; todo ello nos conducirá directo al estrés y al agotamiento:
El estrés es un reflejo de la combinación mortífera que suele agobiar a los individuos que poseen altas exigencias de trabajo y escasa autonomía: responsabilidad sin control. (Sapolsky, 2013; p. 414)
Exigencia y flexibilidad: disfrutar del viaje
En un sentido amplio podríamos considerar nuestra vida completa como un 'viaje'. Siempre estamos moviéndonos de aquí para allá, ya con nuestra mente —pensando y repensando ideas, proyectos, emprendimientos— ya con nuestro cuerpo —moviéndonos literalmente de un punto a otro—. Sin la suficiente conexión consciente con el presente, sin flexibilidad en la aceptación de las circunstancias —tal y como se nos presentan— ¿cómo podríamos disfrutar del viaje?
Quien mira la realidad —a sí mismo, a los otros, a las circunstancias— desde una exigencia extrema de tipo blanco/negro, todo/nada, 'Si no es perfecto, es un desastre' (siendo 'perfecto' lo que se adecúa a nuestras expectativas), ¿podría acaso experimentar la vida cotidiana como una experiencia satisfactoria? ¿Cuántas veces —seamos sinceros— la realidad se adecúa completamente a nuestras expectativas? Como bien lo enseñan el Mindfulness y las terapias contextuales en general, la 'discrepancia' que experimentamos entre la realidad —lo que hay— y nuestras expectativas, es la principal causa de insatisfacción, malestar y sufrimiento humano (Rodríguez-Morejón, 2019).
Podríamos considerar dos grandes tipos de exigencia: interna —autoexigencia— y externa, proveniente de las circunstancias y el entorno.
Sin negar el hecho de que hay obligaciones reales a las cuales estamos afectados en todo ámbito socio-relacional, sin embargo, debemos reconocer también que la exigencia externa producirá en nosotros una presión interna mayor cuanto menos flexible sea nuestro pensamiento.
Por el contrario, cuanto más flexible sea nuestro pensamiento —sin caer en extremos como la indulgencia o la negligencia—, mejor será nuestro rendimiento y el cumplimiento del deber no impedirá completamente que disfrutemos de lo que hacemos; como quién está —con una actitud muy afín a la que se cultiva en la práctica del Mindfulness— dispuesto a disfrutar del viaje, y no sólo de llegar a la meta; porque, de hecho, más podrá disfrutar del viaje quien fuese más flexible en la aceptación de los impedimentos y contratiempos que podrían presentarse en el camino (Baer, 2014).
Algunas exigencias provenientes del Ego
En el contexto del desarrollo personal, 'Ego' es equivalente a nuestro estilo de personalidad. Entre muchos sistemas de tipificación de la personalidad, el Eneagrama es uno de mis favoritos, tanto por su variedad de fuentes, como por su concepción holística del ser humano como una unidad bio-psico-socio-cultural (hay quienes añadirían 'espiritual', aunque esta dimensión podría entrar dentro de lo 'cultural').
Veamos algunas exigencias internas típicas derivadas de la motivación profunda y cosmovisión particular de cada estilo de personalidad, en tanto nueve 'máscaras sociales' del Yo:
Para reafirmar mi valía personal, debo mostrarme...
...correcto, dar el ejemplo, corregirme y corregir a los demás.
...imprescindible para aquellos que me importan.
...competente y destacar con mi desempeño.
...diferente, fuera de lo 'común'.
...más inteligente que los demás.
...responsable y confiable.
...versátil y divertido.
...fuerte, firme, y con autoridad.
...tranquilo y adaptable a las circunstancias.
Puesto que la personalidad está compuesta por un conjunto de rasgos con diferentes grados de prevalencia (en el ámbito del Eneagrama solemos decir que 'Todos llevamos el Eneagrama completo en cada uno'), es muy probable que en nosotros resuenen varios de estos 'debo...' como una motivación implícita, subyacente a las motivaciones explícitas que nos orientan a conseguir determinados objetivos y metas concretos.
Estos 'debo...' añaden una presión extra a las exigencias provenientes de las circunstancias. Por ejemplo, un joven que tiene como objetivo 'Terminar los estudios universitarios', además de las exigencias externas relativas a las circunstancias —cantidad de materias, plazos y requisitos de cursado, tiempo, recursos cognitivos y económicos a invertir, etc.—, tendrá una presión añadida, derivada de las motivaciones subyacentes que más incidan en su personalidad, de acuerdo a los rasgos más acentuados de la misma. Y así, a las exigencias externas mencionadas, se añadirán exigencias internas como, por ejemplo, las siguientes:
'Debo ser un ejemplo de integridad en mi desempeño académico'.
'El hecho de estar cursando no me exime de ocuparme de otros que me necesitan'.
'Voy a destacar en lo que hago, cueste lo que cueste'.
'No voy a pasar desapercibido, ni voy a ser uno más del montón'.
'Voy a ser especialista en mi área, aunque tenga que recortar todo lo demás'.
'Estudiar está bien, pero además debo prever los posibles impedimentos y asegurar mi continuidad en los estudios.'
'Estudiar no tiene que ser algo serio y aburrido; hay que relajar un poco.'
'El conocimiento es poder, pero esto no es para cualquiera, esto es para decididos; voluntad mata inteligencia.'
'Sí, pienso que me gustaría estudiar, pero a veces es necesario postergarse uno mismo por el bienestar de los otros'.
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Podríamos hallar múltiples aplicaciones de los nueve 'debo... / debería'
a diferentes exigencias vitales.
Concretamente, ¿de qué modo pueden aplicar este análisis
a ustedes mismos?
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Retomando la metáfora inicial de las cuerdas de la lira de los pitagóricos antiguos, podríamos insistir en que, para no caer en las trampas del estrés, necesitamos moderar la presión con la que ajustamos la cuerda, es decir, necesitamos flexibilizar nuestras exigencias internas —para lo cual necesitamos despertar el observador interno— sin perder de vista la consideración del contexto en el que nos hallamos al momento de tener que dar el siguiente paso, de tener que tomar una importante decisión, de tener que responder conscientemente —en vez de reaccionar automáticamente— a las circunstancias, siempre cambiantes y desafiantes, que la vida nos ofrece.
Hasta la próxima,
Marcelo Aguirre
Referencias
Baer, Ruth (2014). Mindfulness para la felicidad
Nebot Guillamón, Vicente (2017). Mindfulness: La meditación científica
Sapolsky, Roberto (2013). ¿Por qué las cebras no tienen úlceras?
Torres, Xavier & Baillés, Elva (2014). Comprender el estrés
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