Si atendemos a la tradición filosófica occidental, los antiguos griegos postularon que el ser humano era portador de psique y nous. La palabra psique, traducida antiguamente como ‘alma’ y modernamente como ‘mente’, comprendía tanto las funciones vitales básicas —nutrición, crecimiento, reproducción— como también, en el ser humano, el lenguaje y el pensamiento racional, el logos.
Por otra parte, el nous, traducido tradicionalmente como ‘espíritu’ alude a una instancia puramente inmaterial e imperecedera, eterna, presente en el ser humano, más allá de las necesidades biológicas e incluso más allá del alcance del lenguaje racional y simbólico, de modo que las experiencias noéticas o espirituales son comúnmente apofáticas, esto es, intuitivas y difíciles —si no imposibles— de expresar en palabras.
Esta distinción entre psique y nous se encuentra de trasfondo en la propuesta de Abraham Maslow, en tanto que en su jerarquía de necesidades humanas distingue necesidades biológicas (alimento y abrigo), materiales (techo, acceso a la salud), socio-afectivas (grupos de pertenencia, relaciones de amistad y pareja, y reconocimiento social), y finalmente las necesidades espirituales. Estas últimas, según Maslow, implican una orientación activa de cada persona hacia los valores, dimensión inmaterial de la vida, que otorgan sentido trascendente a la propia existencia —por ejemplo, libertad, creatividad, altruismo, justicia, honestidad, belleza, etc.—.
Cuando las personas no alcanzan a satisfacer cualesqueira de las necesidades humanas, surge la patología, ya somática, ya psíquica (o psicosomática), ya espiritual. Las patologías físicas son enfermedades médicas. Las patologías psíquicas o psicosomáticas son de tipo emocional/mental. La patología espiritual (llamada por Maslow, 'metapatología') tiene por raíz una insatisfacción de la persona en el plano de los valores. Esto es, la persona no ha identificado aún cuáles son los valores que dan sentido a su vida, o bien, después de haberlos identificado, no se ha orientado activamente a cultivarlos.
Una vida sin valores es como un barco sin timón, sobre las olas y altibajos de la vida. Viktor Frankl (1946) denominó ‘depresión noogénica’ al sinsentido por deprivación axiológica, es decir, la desorientación existencial y el nihilismo por falta de reconocimiento de los propios valores y falta de orientación activa hacia ellos.
Según Maslow, no existe una dicotomía entre las necesidades básicas y las necesidades superiores, es decir, el ser humano como tal para gozar de salud integral y equilibrio general en su cuerpo, mente (incluyendo los planos individual y socio-relacional) y espíritu, necesita satisfacer todos esos planos.
«Si tratamos de definir los aspectos más profundos, más auténticos, más constitucionalmente basados del verdadero yo, de la identidad, o de la persona auténtica, encontramos, que para ser suficientemente comprehensivos, debemos incluir no solamente la constitución y el temperamento de la persona; no sólo su anatomía, fisiología, neurología y endocrinología; no sólo sus capacidades, su estilo biológico, no sólo sus necesidades instintivas, sino también los valores (…) Ellos son igualmente parte de su ‘naturaleza’, de su definición, de su esencia, junto con sus necesidades ‘más bajas’ (…) Ellos deben ser incluidos en cualquier definición final de ‘ser humano’ o de ‘humanidad plena’ o de ‘una persona’». (Maslow, 1990; p. 302)
Desatender el plano de los valores puede tener consecuencias nocivas para la vida de la persona. Al igual que desatender las necesidades básicas conlleva a sufrir diversas patologías en el cuerpo y en la mente, desatender la dimensión axiológica conlleva al vacío existencial, al sinsentido, al cinismo, al nihilismo, al materialismo extremo y en último término a vivir un vida insatisfactoria y superficial y vacía.
«Estamos aprendiendo que el estado de existir sin un sistema de valores es patogénico. El ser humano necesita una trama de valores, una filosofía de la vida, una religión o un sustitutivo de la religión de acuerdo con la cual vivir y pensar, de la misma manera que necesita la luz solar, el calcio o el amor (…) Las enfermedades axiológicas, surgidas de la carencia de valores, adquieren nombres diversos, como anhedonia, anomia, apatía, amoralidad, desesperanza, cinismo, etc., y pueden convertirse asimismo en enfermedades somáticas». (Maslow, 1973; p. 142)
No es coincidencia que la OMS considere a la depresión y a los trastornos de ansiedad como las patologías que más caracterizan a nuestro tiempo. No podemos negar que los síndromes depresivos y ansiosos tienen causas múltiples y diversas que van desde factores biológicos (neuro-endócrinos), psicológicos y socio-ambientales (experiencias dolorosas que dejaron marca, duelos, abusos, estrés postraumático, falta de trabajo y recursos básicos, etc.), a las que se añaden los factores espirituales o axiológicos, como el sinsentido existencial por ausencia de valores:
«Al principio de la historia de la humanidad, el hombre perdió algunos de los instintos animales básicos que conforman la conducta del animal y le confieren seguridad; seguridad que, como el paraíso, le está hoy vedada al hombre para siempre: el hombre tiene que elegir; pero, además, en los últimos tiempos de su transcurrir, el hombre ha sufrido otra pérdida: las tradiciones que habían servido de contrafuerte a su conducta se están diluyendo a pasos agigantados. Carece, pues, de un instinto que le diga lo que ha de hacer, y no tiene ya tradiciones que le indiquen lo que debe hacer; en ocasiones no sabe ni siquiera lo que le gustaría hacer. En su lugar, desea hacer lo que otras personas hacen —conformismo— o hace lo que otras personas quieren que haga —totalitarismo— (…) Muchos quizás no sepan qué hacer con el tiempo libre. Pensemos, por ejemplo, en la «neurosis del domingo», esa especie de depresión que aflige a las personas conscientes de la falta de contenido de sus vidas cuando el trajín de la semana se acaba y ante ellos se pone de manifiesto su vacío interno». ~(Frankl, 1946; pp. 124-125)
A partir de todo lo anterior, es evidente que el bienestar espiritual es parte del bienestar integral del ser humano. Ahora bien, ¿qué implicancias tiene dicho bienestar?
«El bienestar espiritual es un elemento muy importante de la salud física y mental, como demuestra la amplia literatura de investigación que existe al respecto. Y esto es cierto tanto si somos religiosos y creemos en Dios como si no (…) Aunque no existe una definición universalmente aceptada de qué constituye el bienestar espiritual, varias fuentes lo describen con estas características fundamentales: la sensación de paz mental y de estar en armonía con uno mismo y con los demás, una conexión profunda con los demás, compasión hacia uno mismo y los demás, la sensación de que hay algo en la vida que trasciende los límites del mundo material y los confines del yo, la sensación de vivir con sentido y propósito, ser capaz de confiar en uno mismo, la reverencia por la vida, y tener fe o esperanza en la vida». (Hayes, 2019; p. 390)
A continuación, veamos brevemente lo que considero como los cinco niveles básicos de crecimiento personal.
1. Autoconocimiento
No en vano en el antiguo templo del dios Apolo estaba escrita aquella máxima que llegó a ser el inicio de todo proceso de desarrollo personal: “Conócete a ti mismo”. Buscar entender quiénes somos, cómo y por qué funcionamos del modo en que lo hacemos, esto es, conocer nuestros automatismos y patrones de pensamiento, emoción y conductas más habituales, en suma, conocer nuestra personalidad y también lo que hay más allá de ella, nuestro auténtico ser o esencia, todo ello constituye el programa básico del proceso que nombramos como ‘desarrollo personal’.
Y aunque hay muchas tipologías de personalidad, el Eneagrama es el sistema más completo del que tengamos conocimiento en la descripción de los tipos de personalidad, cada uno con sus luces y sombras y con sus propios dinamismos de cambio y transformación (pasiones, fijaciones cognitivas, virtudes, ideas trascendentes, comportamientos típicos con y sin estrés, niveles de funcionamiento saludable, medio y patológico, etc.).
2. Atender a las heridas emocionales
Aunque atender a las heridas emocionales es parte de la dimensión psicológica del desarrollo personal, sin embargo, ocuparnos de ellas es una condición para el auténtico desarrollo espiritual. Y así, es importante identificar y atender las posibles secuelas emocionales de experiencias traumáticas o extremadamente dolorosas, como el abuso y violencia en todas sus formas, duelos no resueltos, pérdidas inesperadas de seres queridos, y un largo etcétera.
Si antes no entramos en el proceso de sanar nuestras heridas emocionales, la búsqueda de experiencias espirituales (como la meditación, la practica del desapego, etc.) podrían convertirse en un intento indirecto de evadir el dolor, o de ‘olvidar’ algo doloroso del pasado. O bien, el intento de tapar el dolor con compensaciones externas (todo tipo de adicciones, a cosas, sustancias, personas…) podría obstaculizar la mínima esperanza de trascendencia, y sumirnos en el cinismo y el materialismo en todas sus formas.
Si es que, de verdad, necesitamos sanar ciertas heridas emociones, y reconocemos que no hemos podido gestionar por nosotros mismos dicha sanación, bien podemos buscar ayuda profesional, es decir, un adecuado tipo de psicoterapia.
También es de suma importancia decidir con firmeza dejar de repetir patrones nocivos. Tengamos en cuenta que nuestro cerebro es neuroplástico, es decir, que también podemos cambiar las secuelas de experiencias negativas si empezamos a generar deliberadamente experiencias diferentes, positivas, en nuestra vida:
«La neuroplasticidad del cerebro también explica el papel que desempeñan las relaciones sociales en la remodelación de nuestro cerebro, lo que significa que las experiencias repetidas van esculpiendo su forma, su tamaño y el número de neuronas y de conexiones sinápticas. De este modo, la reiteración de un determinado registro permite que nuestras relaciones claves vayan moldeando gradualmente determinados circuitos neuronales. No es de extrañar por tanto que, sentirnos crónicamente maltratados y enfadados o, por el contrario, emocionalmente cuidados por una persona con la que pasamos mucho tiempo a lo largo de los años acabe remodelando los senderos neuronales de nuestro cerebro. Estos nuevos hallazgos ponen de relieve el impacto sutil y poderoso que sobre nosotros tienen las relaciones. Y aunque estas novedades puedan resultar desagradables, en el caso de que tiendan hacia lo negativo, también implican que el mundo social constituye, en cualquier momento de nuestra vida, una oportunidad de curación». (Goleman, 2006; p. 20).
3. Trascender el yo-conceptualizado
A medida que avanzamos por nuestras vidas, nos apegamos cada vez más a una cierta imagen o concepto autoconstruido que proviene de experiencias vitales previas y contextos sociales a los que hemos estados expuestos. Para identificar nuestro autoconcepto, podemos responder a la pregunta: ¿Cómo soy? Podríamos decir algo como: "Bueno, soy una persona responsable, divertida, o malhumorada, o muy paciente..." Si sabemos cuál es nuestro tipo de personalidad en el sistema Eneagrama, debemos ser cuidadosos porque podría ser peligroso sobre-identificarse con un tipo de personalidad en particular.
Cualquiera que sea nuestro autoconcepto, recordemos que es solo una construcción mental que describe nuestros rasgos de personalidad: hábitos que hemos construido, algunos descriptores de cómo nos comportamos normalmente. Además, es vital recordar que nuestro autoconcepto —incluyendo nuestro eneatipo— nunca definirá nuestro "ser" completamente. De lo contrario, si nos sobre-identificados con un tipo de personalidad, ese yo conceptualizado que hemos construido se convertirá en una trampa o un límite que nos impide hacer cambios, obstaculizando nuestro crecimiento personal.
«No es muy difícil ayudar a los clientes a reconocer la conexión esencial entre la persona que ellos soy hoy y la persona que ellos fueron el verano pasado, la persona que una vez fueron como adolescentes y la persona que una vez fueron cuando tenían 4 años. Las personas con frecuencia recuerdan haber estado ‘detrás de sus mismo ojos’ en tiempos anteriores y pueden contactar con esa ‘persona’ aún hoy. Conectar con este sentido de perspectiva respecto de sí mismo es un punto crítico en el trabajo de aceptación, puesto que esto provee una suerte de ‘santuario’ en el que no hay una amenaza existencial que nos conduzca a entrar en el dolor o tribulación existencial. Esta toma de perspectiva permite a la persona conocer de un modo auténticamente experiencial que (…) detrás de las nubes del lenguaje hay una pequeña porción de cielo azul. (…) Conectar con este aspecto de nuestro ser es conectar con un sentido de completud personal, trascendencia, interconexión, y presencia». (Hayes et al. 2012; p. 540)
Así es, detrás de nuestro auto-concepto, una de las ‘nubes del lenguaje’, está el ‘cielo azul’ de nuestro auténtico sí mismo trascendente, nuestro yo auténtico, esto es, el ‘proceso’ que somos (pues somos más un proceso en constante despliegue y aprendizaje, que una ‘cosa’ fija y determinada). Esta experiencia de nuestro ser como proceso y como ‘observador’ de todos los contenidos de nuestra mente (pensamientos, emociones, sensaciones) es una experiencia auténticamente liberadora, pues nos sitúa más allá de las trampas del lenguaje que nosotros mismos construimos y en la que muchas veces quedamos atrapados.
4. Cultivar la atención al presente (Estilo de vida consciente)
El Mindfulness, al igual que todas las tradiciones espirituales, insiste en la gran importancia de cultivar la práctica de la atención al momento presente. Cuanto más deliberadamente conectemos con el presente, más podremos encontrar paz y apreciar lo que la vida nos ofrece minuto a minuto. De hecho, si la paz y la felicidad están en algún lado, tienen que estar en el presente, pues sólo el presente existe; el pasado ya no existe, y el futuro aún no existe (ambos son sólo sombras y espejismos en nuestra mente).
«Sé consciente de la tendencia de tu mente a saltar a conclusiones antes de toda evidencia (…) Si descubres a tu mente vagabundeando, siempre puedes volverla de regreso a la respiración y a lo que estás percibiendo justo ahora, una y otra vez». (Kabat-Zinn, 2018; p. 315)
No olvidemos que volver la mente una y otra vez al presente no es un acto aislado, sino un hábito a cultivar a lo largo de toda nuestra vida. De esa manera, podremos cambiar, cada vez más fácilmente, el ‘switch’ de nuestro cerebro, del modo de resolución de problemas (o modo hacer) al modo contemplación (modo ser), que son las dos maneras en que funciona nuestro cerebro. Aprender a pasar del modo hacer al modo ser es de vital importancia para evitar caer en el terrible espiral descendente del estrés.
Según la tradición del Eneagrama, en este nivel del trabajo interno, necesitamos centrarnos en deshacernos de la estrechez mental de las Fijaciones para experimentar la realidad desde la perspectiva de las Ideas Trascendentes (Santas).
5. Apreciar y agradecer
El cultivo de una mente apreciativa y agradecida es vital para nuestro desarrollo personal psico-físico-espiritual. Para ello necesitamos ejercitarnos constantemente en salir de nuestras mentes y volver a conectar con los sentidos. A partir de la atención a lo que nos ofrecen los sentidos, podemos volver a conectar con el aquí y ahora, lo que la experiencia del presente nos ofrece segundo a segundo.
«Nuestras vidas apresuradas nos encierran en túneles grises en los que sólo disfrutamos de extraños vistazos de las maravillas. Pero si lo pensamos, somos consciencias atravesando el tiempo. Sólo existimos en este momento (…) Un mensaje clave de muchos de los nuevos enfoques sobre la psicología y la práctica espiritual es la importancia de aprender a apreciar y generar sentimientos de alegría mediante la experiencia ‘en el momento presente’. ¿Cuántos de nosotros nos paramos de verdad a observar la belleza del cielo y sus patrones siempre cambiantes? ¿O la belleza de las flores o los árboles del parque? ¿O invertimos tiempo en explorar de verdad los sabores, los aromas y el tacto de las cosas? ¿Cuántos de nosotros experimentamos la alegría real de ver y oír o nos centramos en el placer de ver y oír a sabiendas de que hay personas que han sido privadas de estos sentidos?». (Gilbert, 2018; p. 165)
De acuerdo con las raíces espirituales del Eneagrama, cuanto más trabajamos para identificar las pasiones en la vida diaria (ira, orgullo, vanidad, envidia, tacañería, cobardía, gula, lujuria y pereza espiritual), más libertad experimentamos; lo que nos permite decidir la forma en que queremos responder en lugar de reaccionar en piloto automático. Y cuanto más libertad en nuestro interior, más contacto con el momento presente, lo cual permite que surjan las Virtudes esenciales (serenidad, humildad, autenticidad, ecuanimidad, fortaleza, moderación, compasión y acción consciente).
En resumen, el crecimiento personal completo requiere trabajar tanto a nivel psicológico como espiritual. Dar por sentado el trabajo a nivel psicológico y saltar rápidamente a las prácticas espirituales podría ser tan peligroso como ocultar una herida cubriéndola con una colorida curita. Por lo contrario, cuidar primero de nuestras necesidades emocionales nos ayudará, luego, a desarrollar todo nuestro potencial a través de la espiritualidad.
Hasta la próxima 🙋🏻♂️
Marcelo Aguirre
Referencias
Frankl, Viktor (1946). El hombre en busca de sentido
Gilbert, Paul (2018). La mente compasiva. Una nueva forma de enfrentarse a los desafíos vitales
Goleman, Daniel (2006). La inteligencia social. La nueva ciencia de las relaciones humanas
Hayes, Steven C., Kirk D. Strosahl & Kelly G. Wilson (2012). Acceptance and Commitment Therapy. The Process and Practice of Mindful Change (2nd ed.)
Hayes, Steven C. (2019). A Liberated Mind. How to Pivot Toward What Matters
Kabat-Zinn, Jon (2018). The Healing Power of Mindfulness. A New Way of Being
Maslow, Abraham (1990). La amplitud de la naturaleza humana
Maslow, Abraham (1973). El hombre autorrealizado. Hacia una psicología del ser
コメント