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  • Foto del escritorMarcelo Aguirre

Los estilos de apego: Descubriendo las raíces de nuestras relaciones



El apego es un fenómeno emocional que se origina en la infancia y que influye en cómo nos relacionamos con los demás a lo largo de nuestras vidas. John Bowlby, un psicoanalista británico, fue uno de los pioneros en el estudio del apego. Lo describió como un...

«Vínculo emocional íntimo con personas particulares, un componente básico de la naturaleza humana, ya presente en forma germinal en el recién nacido y que continúa durante la vida adulta hasta la vejez» (Bowlby, 1988; p. 226).

Bowlby señala que el vínculo de apego se forma durante la niñez (algunos autores precisan que el apego se establece especialmente durante los siete primeros meses de vida; Main, 1996). Es un tipo de vínculo especial entre el niño y sus padres o cuidadores, relacionado estrechamente a la supervivencia del niño. Y, además, el niño busca en quienes lo cuidan, apoyo y protección, lo mismo que, al crecer, buscará en futuras relaciones con personas emocionalmente significativas. De hecho, el estilo de apego desarrollado en la niñez influirá en gran medida en la calidad del vínculo emocional que el futuro adolescente y adulto establecerán con sus vínculos emocionales de pareja, amistad, familia, compañeros.


A partir de sus observaciones sobre el comportamiento de niños pequeños con sus padres o cuidadores durante el primer año de vida, Bowlby concluye que el estilo de apego depende del tipo de cuidado que recibe el niño por parte de aquellos. Si las necesidades físicas y emocionales del niño son satisfechas en tiempo y forma, éste desarrollará un apego seguro. Caso contrario, desarrollará un apego inseguro, que puede ser de varios tipos, entre ellos: ansioso-preocupado, evitativo y desorganizado.



Apego seguro


Un apego seguro se desarrolla cuando un niño experimenta relaciones tempranas en las que sus cuidadores son sensibles, se muestran disponibles y responden adecuadamente a sus necesidades emocionales y físicas. Esto crea un ambiente seguro y de apoyo, en el cual el niño desarrolla una base sólida para explorar el mundo y enfrentar desafíos con confianza (Bowlby, 1988).


El estilo de apego seguro se caracteriza por la confianza en uno mismo y en los demás, así como por la capacidad de generar relaciones estables y satisfactorias, estableciendo límites necesarios, sin exagerar. Las personas con apego seguro tienden a sentirse cómodas en sus relaciones, en general, y a enfrentarse a los problemas de manera constructiva, apostando al diálogo para llegar a acuerdos y consensos, sin dramatizar ni minimizar las situaciones, con realismo y aplomo.


Las personas con apego seguro, además, muestran una mayor autoestima y una mayor capacidad para enfrentar los desafíos y manejar el estrés. Esto es así porque han aprendido, desde temprana edad, a confiar en sí mismos y en los demás, a comunicar con claridad lo que desean y a respetar los límites propios y ajenos, lo que les permite enfrentar situaciones difíciles y manejar el estrés de manera más efectiva, con mayor asertividad, flexibilidad y resiliencia. En general, el apego seguro proporciona a las personas una base emocional sólida en la cual pueden desarrollar habilidades de afrontamiento más saludables (Ainsworth, 1989).



Apegos inseguros


Veamos brevemente, a continuación, cómo se manifiestan algunos de los estilos de apego inseguro más comunes.


El apego ansioso-preocupado se manifiesta como una tendencia a buscar constantemente la aprobación y el apoyo de los demás, lo que puede llevar a la dependencia emocional y a la ansiedad elevada en las relaciones. El lema que representa este estilo de apego podría ser: «Percibo algo extraño... Dímelo una vez más, ¿me quieres?». Este estilo de apego puede generar inseguridad crónica y recurrente miedo al abandono. Las personas con apego ansioso-preocupado son propensas a experimentar problemas con el manejo de la ansiedad en sus relaciones y pueden volverse muy demandantes, controladoras y emocionalmente dependientes (Johnson, 2008).


El apego evitativo, como su nombre lo indica, se caracteriza por la evitación de la intimidad emocional y una marcada tendencia a la independencia excesiva. Su lema podría ser: «Te quiero pero no me invadas; necesito mi espacio». Las personas con apego evitativo pueden mostrarse excesivamente recelosas de su 'territorio' (literal o figurado) y su privacidad, y se alejan de quienes se acercan demasiado, invaden su espacio o demandan insistentemente su atención. Pueden tener dificultades para establecer relaciones cercanas y para comunicar sus emociones y necesidades. En general, quienes poseen este estilo de apego tienden a ser emocionalmente distantes y pueden manifestar una falta de empatía hacia los demás (Shaver, 1994).


El apego desorganizado es un estilo de apego menos común y se manifiesta a través de un patrón de comportamientos contradictorios e inconsistentes, del tipo: «Te quiero; pero también te odio; aléjate; perdóname, no me abandones». Este estilo de apego suele estar asociado a experiencias traumáticas o abusivas en la infancia. El apego desorganizado puede ser el resultado de experiencias tempranas caóticas o traumáticas, lo que puede generar en la persona una incapacidad para regular sus emociones y establecer relaciones saludables, emocionalmente armónicas y estables (Main, 1996).



Comprender nuestros estilos de apego es fundamental para fomentar relaciones saludables y para nuestro propio desarrollo personal. En este sentido, Carl Rogers nos invita a preguntarnos:

«¿Puedo ser lo suficientemente fuerte como persona como para estar separado del otro? ¿Puedo ser firmemente respetuoso de mis propios sentimientos, mis propias necesidades, así como de las del otro? ¿Puedo poseer y, si es necesario, expresar mis propios sentimientos como algo que me pertenece, separándolos de los sentimientos del otro? ¿Soy lo suficientemente fuerte al estar separado del otro como para no ser derribado por su depresión, asustado por su miedo, ni envuelto por su dependencia?» (Rogers, 1961).

Al identificar y abordar nuestros patrones de apego, podemos mejorar nuestras habilidades emocionales y relacionales, lo que nos permitirá contribuir a generar relaciones más armónicas y satisfactorias en nuestras vidas.


Una vez que identificamos nuestro estilo de apego predominante —quizás tenemos un poco de los otros también, aunque en menor grado—, podemos trabajar en desarrollar habilidades y estrategias para mejorar nuestras relaciones y potenciar el bienestar emocional en nuestro entorno. Por ejemplo:

  • Quienes poseen un estilo de apego ansioso-preocupado necesitan aprender a regular sus emociones; las técnicas del Mindfulness y ACT podrían serles de gran ayuda para ello; y, además, necesitan aprender a establecer límites saludables; una psicoterapia de tipo cognitivo-conductual o coaching de vida focalizado en asertividad podría serles de gran ayuda.

  • Mientras que las personas con apego evitativo podrían enfocarse en mejorar sus habilidades de comunicación y en abrirse emocionalmente; para ellos podrían ser de gran ayuda las sugerencias anteriores y, además, realizar alguna práctica de tipo expresivo-artística.

  • Y las personas que poseen un estilo de apego perdominantemente desorganizado podrían beneficiarse de todas las sugerencias anteriores, y especialmente de una psicoterapia basada en Mindfulness con foco en la autorregulación emocional y la práctica de la autocompasión.


Finalmente, es importante recordar que los estilos de apego no son estáticos y pueden cambiar a lo largo de nuestras vidas, especialmente si tomamos medidas para trabajar en nuestro desarrollo personal y bienestar emocional y en construir relaciones más satisfactorias (Bartholomew, 1994; Siegel, 2012).


Necesitamos un mundo mejor, emocionalmente más estable y maduro; por eso, y en la misma medida, necesitamos reconocer y atender, cada uno, nuestras propias necesidades emociones, antes de responsabilizar totalmente a los otros por nuestra insatisfacción. Cultivando una consciencia despierta, amorosa, sin juicio y comprometida con nuestro bienestar y el de nuestros entornos, podemos transformar nuestra realidad e influir positivamente en quienes se relacionan con nosotros.


Hasta la próxima,

Marcelo Aguirre



Referencias

  • Ainsworth, M. D. S. (1989). Attachments beyond infancy. American Psychologist, 44(4), 709-716.

  • Bartholomew, K. (1994). Assessment of individual differences in adult attachment. Psychological Inquiry, 5(1), 23-67.

  • Bowlby, J. (1988). A Secure Base: Parent-Child Attachment and Healthy Human Development. New York: Routledge.

  • Johnson, S. M. (2008). Hold Me Tight: Seven Conversations for a Lifetime of Love. Little, Brown Spark.

  • Main, M. (1996). Introduction to the special section on attachment and psychopathology: 2. Overview of the field of attachment. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 64(2), 237-243.

  • Rogers, C. R. (1961). On Becoming a Person: A Therapist's View of Psychotherapy. Boston: Houghton Mifflin.

  • Shaver, P. R. (1994). Adult attachment, self-esteem, gender, and cognitive differences in emotional processing. Journal of Personality and Social Psychology, 67(3), 552-556.

  • Siegel, D. J. (2012). The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are. Guilford Press.


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